Hay llamadas que nos hacen reír o incluso llorar; llamadas que nos llevan a recordar algunas cosas o a soñar con otras; llamadas que nos hacen cosquillas o que nos llenan de nervios. Pero también, cualquier tarde, recibimos la llamada de alguien que se ha ido hace tiempo, y la conversación, a pesar de lo que podría pensarse, es bastante normal: nos decimos todo, incluso cuando no decimos nada.